El juego es inseparable de la infancia, es su modo de estar en el mundo. Los niños y niñas lo juegan todo, lo experimentan todo, y así es como crecen y se expanden, así es como sus cuerpos vibran felices en un mundo que les acoge y les maravilla. Además una de las características de este juego es que debe ser libre, fruto de su curiosidad y creatividad, nada de guías, nada de órdenes… sólo el acompañamiento adulto necesario para que todo esto suceda con seguridad.
Estoy en la playa, al lado una familia con un peque de unos 2 años, con todo el arsenal playero de cubo, pala… y les escucho: «la pala por el mango, no así no, llena mejor el cubo de esta manera, ¿hacemos un castillo de dos torres?». El niño al final no juega, acata órdenes, no crece, su imaginación no está en el castillo. Al rato el adulto quiere tomar el sol pero el peque acostumbrado a un juego tan guiado no quiere estar solo, entonces nos desesperamos: «¡es que este niño no sabe jugar solo!»
Dejemos de interferir, solo necesitan que les posibilitemos los espacios y materiales apropiados, y que estemos disponibles para cuidarlos y recordarles los límites que les mantienen seguros.
Esta esencia del juego libre es una de nuestras máximas en “El Camaleón Azul” , y no hay nada más importante que preservarla y cuidarla como el tesoro que es, la felicidad de nuestros hijos les va en ello. Y Para terminar mi frase favorita en el mundo, de Piaget claro:
“Los niños no juegan para aprender, pero aprenden porque juegan”